Hace unos días me pasé por la biblioteca. Soy incapaz de hacerlo y no curiosear en los estantes donde se colocan las novedades. Aunque no lo tenía planificado, como casi siempre salí con un libro bajo el brazo. Me llamó la atención el título, me gustó la portada y cuando le di la vuelta y leí la sinopsis tuve claro que quería leerlo.
Aunque lo pueda parecer, esta novela no es una historia de amor, ni de desamor, ni nada que se le parezca. Es un relato vital, cortito, ligero, en clave de humor, pero que invita a la reflexión, toca la tecla de la sensibilidad y la empatía en el lector.
Todas las palabras que no me han dicho hace alusión a todas las palabras que los padres de la protagonista no han pronunciado. Y no pronunciarán, porque son ambos sordomudos.
Véronique puede oír perfectamente, pero sus padres viven en el mundo del silencio absoluto, un mundo que no siempre resulta fácil, que no todos entienden y que hace que ella, además de ser adolescente, sea una chica diferente al resto de sus amigos o compañeros de instituto.
Narrado en primera persona y siempre contando su experiencia, dice:
"Cuando mis padres me hablan, debo mirarlos. No puedo atarme los zapatos, no puedo rebuscar en un cajón, no puedo darles la espalda y mirar por la ventana, no puedo leer o escribir mientras me hablan... Lo único que debo hacer es no apartar los ojos de ellos. Es agotador. Mirarlos para entenderlos". (pág. 59)
Véronique siente a veces impotencia porque no puede hacer una "vida normal", no puede llamar por teléfono a casa, no puede pedir que alguien le alcance la toalla al salir de la ducha porque se la ha olvidado, no puede hablar de ciertos temas con la profundidad que querría, en el idioma de los sordos no hay tantos matices... "En la lengua de mis padres no hay metáforas, ni artículos, ni conjugaciones, pocos adverbios, ningún refrán, ni máximas ni dichos. No hay juegos de palabras. No hay significados implícitos. No hay indirectas. ¿Cómo van a captar las indirectas si ni siquiera captan las directas?". (pág. 112)
Pero cuando llega la madurez entiende mucho mejor su entorno, cuando termina esa etapa de reafirmación personal, de querer ser como los demás, de no querer ser diferente en nada, su mirada cambia también y ve todo el trabajo de sus padres, cómo no es fácil para ellos, la lucha por que su idioma se reconozca, se divulgue y de oportunidades a los sordos para incorporarse al trabajo como los demás. Véronique valora el esfuerzo comunicativo y se da cuenta de la riqueza con la que cuentan los sordos: "Un australiano puede hablar con un africano, que a su vez puede hablar con un danés, que habrá hablado con el australiano. Será un poco macarrónico, pero no tardarán en entenderse, No como nosotros." (pág. 127)
Su conocimiento de la lengua de signos le abre puertas, su experiencia vital le abre la mente, pero Véronique no querría tener hijos sordos.
Un pequeño libro de 140 páginas que se lee en un tris y que entre reflexiones más serias y anécdotas divertidas, nos hará pensar un poco en personas que tenemos a nuestro alrededor y en ocasiones ni siquiera vemos. Me ha parecido una estimulante lectura para comenzar el año.
Vaya, es el típico libro que solo por el título desestimaría por creer que me estarían vendiendo un pastelón, pero veo que es mucho más profundo que mis prejuicios y solo puedo agradecerte el haberme hecho cambiar de opinión.
ResponderEliminarUn beso.
Esa es la impresión que tuve yo, pero como me llamó tanto la portada, le di la vuelta, y la verdad es que vale la pena. ¡Espero que te animes!
EliminarBesotes
Si lo veo cae en mis garras seguro, me gusta todo lo que cuentas
ResponderEliminar¡Ya me contarás!!
EliminarYo también habría pensado que era una historia de amor pastelosa, pero por lo que has contado creo que me animaré porque seguro que me gustará. Veo que no has empezado nada mal el año.
ResponderEliminarLa verdad es que empiezo con buen pie las lecturas ¡y ya tocaba!
EliminarSi no es por tu reseña, no lo habría dicho jamás. Muchísimas gracias!! Saludos de una tarro-librera.
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