"Sebastian sueña con ser un niño igual que los demás, con ser capaz de correr como el viento en el campo de fútbol, chutar la pelota de tal manera que dibuje una perfecta parábola y marcar un gol. Pero su corazón tiene un defecto desde que nació, lo que significa que no puede cumplir sus deseos. No obstante, Sebastian ha logrado encontrar su lugar en el mundo gracias a su excéntrica abuela Lola y al amor que esta siente por la cocina. Ambos preparan juntos riquísimos y exóticos platos puertorriqueños, el país de origen de su abuela. La complicidad que crece entre ambos (un niño enfermo y una anciana) se convierte pronto en un fuerte vínculo que logra unir de nuevo a una familia desestructurada, pues, como siempre dice Lola, «una comida preparada con amor no solo alimenta el cuerpo, sino también el alma»." La contraportada de la novela de Cecilia Samartín nos da las claves principales de esta historia en la que nieto y abuela se convierten en el motor y el nexo de unión de una familia prácticamente rota.
El fallecimiento de su marido hizo que Lola perdiese totalmente el interés por todo, dejándose llevar en el día a día y con la única ilusión de las visitas vespertinas de su nieto. Ni siquiera se prepara la comida, recibe el menú de una residencia de ancianos y ni disfruta cocinando ni comiendo, hasta que cae en la cuenta de la importancia que tiene este gesto para ella, lo bien que la hace sentir cocinar y lo que ocurre cuando la familia se sienta delante de un plato delicioso, así que un día decide cocinar para su nieto, que recibe extasiado su primera "comida de verdad".
"Sebastian hizo lo que ella le había indicado y notó que el sabor a cartón y el regusto químico al que estaba acostumbrado en el puré de patata habían desaparecido. Lo único que percibió fue lo deliciosos que estaban los diferentes ingredientes, un sabor que era pura, simple y profundamente gratificante. Le encantaba la densa y cremosa textura que había adquirido el puré y deseó meter la cuchara una y otra vez hasta que la olla se quedara vacía" (pág. 153)
Cecilia Samartín |
Y Lola, a través de la cocina, cuenta a Sebastián historias sobre la gastronomía en Puerto Rico y cómo le gustaba preparar esta o aquella receta. El niño ya no solo disfruta ayudando a su abuela, goza de verdad de cada bocado, incluso consigue ganar unos kilos, algo que parecía impensable meses atrás.
Los problemas y desavenencias familiares se suceden entre los hijos de Lola, y ella insiste en reunirles en torno a la mesa, donde poco a poco se van relajando las tensiones, va surgiendo la conversación y se producen encuentros con los que ya nadie contaba.
"-Hace años que no comemos cochinillo asado, mami, ¿a qué se debe la ocasión?
- La ocasión especial es que este es el séptimo domingo seguido que llevo preparando la comida para mi familia y amigos, y quiero celebrarlo." (pág. 179)
Con unos protagonistas maravillosos, una gran ternura y sensibilidad vamos degustando los platos de Lola, conociendo a esta familia y sus relaciones, el mundo interior de Sebastian, un niño adorable, y esa magia que se crea en una reunión en torno a una buena comida. Una novela que aún siendo la historia de una pérdida, tiene un mensaje de optimismo y nos transmite que en la belleza de las pequeñas cosas hemos de buscar eso que llamamos felicidad, porque la vida es lo que estamos viviendo aquí y ahora con las personas que nos rodean y quizá mañana no estén.
"Gloria se quedó inmóvil mientras contemplaba la apacible belleza de los ojos de su marido y entonces recordó que, en su momento, aquellos ojos azules habían sido su santuario y el lugar en el que albergaba la esperanza por todo lo bueno del mundo. Y, a pesar de sí misma, se relajó y se acurrucó junto a su marido, recibiendo con gusto la calidez y la protección de su brazo alrededor de los hombros, como no lo había hecho en años" (pág. 383)
Mofongo, especialidad de la abuela Lola cuya receta, entre otras, aparecen al final de la novela |