Hacía tiempo que este libro estaba en mi biblioteca personal, como muchos otros. El hecho de que últimamente el insomnio me tenga muy cansada y me cueste leer, hizo que buscase en casa alguna lectura corta y diese con esta preciosa edición de Impedimenta del clásico de Boyle.
En la contraportada podemos leer un resumen de la historia, que imagino que os sonará a muchos porque tuvo versión cinematográfica:
El pequeño salvaje es una prodigiosa nouvelle que narra, de modo desgarrador, la historia del célebre niño salvaje de Aveyron, quien a principios del siglo XIX atemorizó y luego fascinó a toda Francia por tratarse de uno de los raros ejemplares de niño asilvestrado y criado entre bestias. A finales de septiembre de 1797, en los bosques del Languedoc francés, tres cazadores hallaron a un niño errante, completamente desnudo, hirsuto, que adoptaba los modales de un animal. Aparentaba unos ocho o nueve años. Una vez capturado, empezaría su peregrinación por la Francia recién salida de la revolución, recalando tanto en instituciones mentales como en refinados salones, donde constituiría poco menos que una atracción de feria.
El libro, narrado con una gran maestría, a la vez que nos va desgranando el periplo del pequeño al que llamaron Víctor, nos va planteando una cuestión de fondo muy importante, como es la influencia de nuestra civilización en nosotros, de qué manera hemos terminado con acciones o pensamientos que son naturales y propios de nuestra especie y los hemos coartado, llenándolos de normas y moral interesada, de tanta injusticia... Lo que ocurre en el siglo XIX podría pasar hoy, y sería muy similar en muchas cosas.
Me gustó especialmente que el narrador de la historia, que habla siempre en tercera persona, además de explicarnos lo que a lo largo de los años vive Víctor, nos explica lo que él siente, su incomprensión de gestos, palabras y actitudes y realmente es fácil empatizar con él, porque lo que pasa a su alrededor es tremendamente injusto con su persona.
Una novela que tiene ese sabor de los grandes clásicos, que se disfruta palabra a palabra y que en la edición de Impedimenta es absolutamente deliciosa.
"Para él solo existía el instante, y el instante podía darle la oportunidad de atrapar cosas con las que calmar el hambre, cosas sin nombres y sin apenas atributos excepto el deseo de escapar de sus manos: ranas, salamandras, un ratón, una ardilla, polluelos y los agridulces huevecillos de los pájaros." (pág. 11)
"Vio confusión, escuchó el caos, y lo que olía era más fétido que cualquier otra cosa que hubiera olido en todos sus años de vagabundeo por el campo y los bosques de Ayveron. Un hedor concentrado, penetrante: el olor de la civilización." (pág. 52)
Me gustó especialmente que el narrador de la historia, que habla siempre en tercera persona, además de explicarnos lo que a lo largo de los años vive Víctor, nos explica lo que él siente, su incomprensión de gestos, palabras y actitudes y realmente es fácil empatizar con él, porque lo que pasa a su alrededor es tremendamente injusto con su persona.
Una novela que tiene ese sabor de los grandes clásicos, que se disfruta palabra a palabra y que en la edición de Impedimenta es absolutamente deliciosa.
"Para él solo existía el instante, y el instante podía darle la oportunidad de atrapar cosas con las que calmar el hambre, cosas sin nombres y sin apenas atributos excepto el deseo de escapar de sus manos: ranas, salamandras, un ratón, una ardilla, polluelos y los agridulces huevecillos de los pájaros." (pág. 11)
"Vio confusión, escuchó el caos, y lo que olía era más fétido que cualquier otra cosa que hubiera olido en todos sus años de vagabundeo por el campo y los bosques de Ayveron. Un hedor concentrado, penetrante: el olor de la civilización." (pág. 52)