"Padezco alzhéimer y pronto seré incapaz de leer. Me estoy despidiendo de la gente que fue valiosa en mi vida, devolviéndoles algo que alguna vez tuvimos en común". (pág 93)
Abdón cumple setenta años con la demoledora noticia de que su mente dejará de recordar, de que él dejará de ser y de conocer el mundo y las personas que le rodean.
Este profesor de historia, decide entonces emprender su último viaje, acompañado de su hija Virginia. Esa hija con la que nunca tuvo una relación demasiado estrecha, pero que llegado este momento siente que debe estar con su padre y cuidarlo.
El recorrido de Abdón se convierte en un viaje en el que conviven presente y pasado. Cada libro que entrega hace que se produzca un reencuentro con alguien del pasado, que vengan, en ocasiones, recuerdos a su mente enferma, no siempre claros, no siempre veraces. En el viaje también los lugares son importantes, esos que recuerda y ya no están, los paisajes de su infancia y juventud apenas cambiados en su Avellaneda natal, esa librería que ya no existe el el lugar en que estaba cuando revolvía sus estantes...
"El paisaje que les rodea es, en ocasiones, similar al que Baroja describe en su novela y Abdón se siente también como el protagonista: un viajero atribulado que recorre muchos kilómetros buscando algo que está en su propio interior". (pág. 101)
El narrador además nos va desgranando los pensamientos de Virginia, su evolución en paralelo al avance de la enfermedad de su padre, con el que va sintiendo una conexión que nunca creyó posible.
"Antes de abandonar el cuarto, desde el vano de la puerta, Abdón vuelve el rostro para observar por última vez la figura dormida de su hija que ya apenas cabe en aquella cama infantil y piensa que es aquella noche como una despedida. Es un adiós irrechazable porque pronto comenzará a no ser el mismo. Su cerebro en desguace irá poco a poco caducando hasta expulsarle de aquella casa y sustituirle por otro, por un anciano desconocido, olvidadizo e inmemorial". (pág. 72)
Avellaneda, pueblo de origen de Abdón |
Su hija, su mujer Cecilia, fallecida hace ya años, su hijo Benito, los amigos de juventud, los del tramo final de su vida, sobre todo Plácido, todos se van difuminando.
"Todo está desapareciendo paulatinamente de su vida porque ha llegado un animal polifémico y está deglutiendo los paisajes arcaicos de manera cruel e imparable. Todas las conversaciones que mantuvo con aquel viejo bibliófilo que regentaba la tienda han desaparecido. Han desaparecido las sensaciones, las imágenes de los tomos ordenados en el estante, los rostros pasajeros, la memoria." (pág. 122)
Javier Sachez nos regala una novela maravillosamente escrita, con una riqueza de vocabulario que es realmente complicado encontrar en novelas recientes y que se agradece enormemente, porque además no hace la lectura más pesada ni difícil, una historia en la que los libros, el espacio, el tiempo, la familia y la enfermedad son protagonistas por igual, todos ellos importantes y parte fundamental de esta ruta que emprende Abdón.
Gracias al blog Un lector indiscreto, he conocido a un autor que realmente vale la pena y al que no hubiera llegado si no es por la recomendación de Paco.
Como bien dice Victoriano Santana en el prólogo (que os recomiendo que dejéis para el final, porque desgrana mucho la novela): "Toda excelencia solo puede fundarse en el vislumbre de las tres mayores virtudes (¿las únicas, quizás?) que cabe esperar de un texto literario: por un lado, que entretenga; por el otro, que remueva conciencias; por último, que haga uso de la función poética de la lengua de una manera, cuanto menos, eficaz, solvente, adecuada para el conveniente prestigio lingüístico de la pieza creada. La obra que nos ocupa cumple con todas las virtudes enumeradas de manera sobresaliente".
"Lo terrible no es olvidar el nombre de las personas. Lo terrible es olvidar su significado." (pág. 131)