jueves, 31 de marzo de 2016

EL ÚLTIMO PARAÍSO

El primer libro que leí de Antonio Garrido, El lector de cadáveres, me descubrió a un escritor que se documenta mucho y muy bien, logrando que la recreación de los lugares y épocas en los que sitúa sus historias atrapen al lector y lo sumerjan de lleno en los ambientes que crea.
En el año 2015 El último paraíso obtuvo el premio Fernando Lara. Como muchos de los que os pasáis por aquí, suelo desconfiar de obras galardonadas, todos sabemos que no siempre se premia la calidad, y muchas veces se piensa más en las ventas futuras del libro. En este caso la novela sí responde a un criterio de calidad y os recomiendo que si tenéis ocasión os acerquéis a esta historia.

Antonio Garrido nos lleva a 1929. Una fuerte crisis azota Estados Unidos y miles de ciudadanos, empujados por el hambre, viajaron a otros países buscando una vida mejor. Uno de los destinos fue la Unión Soviética, donde la mayor parte llegaron antes de que este país estableciera relaciones diplomáticas con su país de origen, lo que supuso que en la práctica se viesen obligados a permanecer aquí y en la mayoría de los casos, ser víctimas de la crueldad estalinista.
La historia, inspirada en personas y casos reales, nos habla de Jack Beilis, un joven que tenía un buen trabajo y un nivel de vida bastante bueno hasta la llegada de la crisis, cuando, empujado por su amigo Andrew, se embarca rumbo a Gorki para trabajar en la factoría automovilística de Ford. Ni Andrew, comunista convencido, ni Jack, que soñaba con volver con una fortuna a Nueva York, pudieron cumplir sus planes.

La ciudad de Gorki, actual Nizhni Novgorod. Foto de www.absolutrusia.com
Viviremos a lo largo de las 474 páginas de la novela, la angustia del día a día, el hambre, las condiciones laborales y el miedo atroz de todos los ciudadanos, estadounidenses y soviéticos, que carecen de libertad de movimiento, expresión y tantas otras que hoy nos parecen básicas. Resulta especialmente significativo el gran choque cultural de los estadounidenses, acostumbrados a tener ciertos derechos básicos en su país de origen.
Es especialmente asfixiante el aislamiento en el que viven todos ellos. Uno de los detalles que me llamó la atención sobre esto es su total desconocimiento sobre la situación política y social del país y también la ignorancia sobre la escasez de alimentos, hasta que se materializa en las estanterías vacías de lo más básico. La factoría, con sus viviendas para trabajadores, es como una pequeña ciudad encapsulada.
Una época muy oscura de la Unión Soviética en la que se unieron la crueldad del dictador con una terrible hambruna y que se narra perfectamente a través de todos los personajes que vamos conociendo, tanto soviéticos como estadounidenses. Incluso el propio Stalin aparecerá en escena en un momento determinado.
Intrigas políticas, mercado negro, relaciones personales, familiares y una ambientación sobresaliente son los ingredientes de una novela muy recomendable de un autor al que os invito a conocer y a seguir.

"Tras pasar todo un año rodeado de trabajadores soviéticos, había aprendido que la Revolución emprendida por sus dirigentes había transformado un país medieval de nobles y plebeyos en una nación poderosa en la que cualquier hombre, al margen de su raza, religión u origen, tenía derecho al trabajo, a vivienda y a comida. Sin embargo, esos mismos dirigentes, capaces de repartir tierras y trabajo entre los desheredados, eran asimismo fanáticos que hacían de la Unión Soviética un lugar peligroso para quien osara discrepar de sus creencias". (págs. 358-359)

Fachada de la que fue la fábrica de Ford. Foto de epoca1.valenciaplaza.com

sábado, 12 de marzo de 2016

EL ÁRBOL DE LOS RECUERDOS

Durante la charla de Laura Perales, de la que os hablé en el blog, surgieron recomendaciones literarias para compartir con nuestros niños. 
Un libro es un vehículo extraordinario para poder hablar con los niños de cualquier tema, y en este caso El Árbol de los Recuerdos nos ayuda a explicarles el tema de la muerte y encajarla donde corresponde, como parte de la vida, que tiene un fin.
La historia es sencilla, así que si vuestro niño ya lee, podrá hacerlo él perfectamente, como fue nuestro caso, y comienza así:

Había una vez un zorro que vivía con muchos otros animales en el bosque. Zorro había tenido una vida larga y feliz, pero ahora estaba cansado. Muy lentamente, se dirigió a su lugar favorito en el claro del bosque. Miró a su alrededor, observó su querido bosque una última vez y se tumbó. Zorro cerró los ojos, respiró profundamente y se quedó dormido para siempre”.

Los animales del bosque, amigos de Zorro, estaban tristes, pero comenzaron a hablar de su buen amigo, a recordar cada uno los buenos momentos compartidos. Mientras hablan brotan tímidamente unas pequeñas hojas naranjas que crecen y crecen con cada historia hasta convertirse en un hermoso árbol donde los animales del bosque, búho, ardilla, urraca, ratón... encontrarán dónde anidar, protegerse del sol o simplemente reunirse con todos sus amigos. El árbol crece y se hace fuerte con cada uno de los buenos ratos y simboliza que Zorro ha permanecido en sus corazones, y seguirá allí mientras haya quien lo recuerde. Un árbol alimentado por todo el amor que sienten por el amigo perdido.
Una historia muy tierna, con unas ilustraciones maravillosas y un mensaje fácilmente comprensible por los más pequeños cuando empiezan a preguntarnos sobre la muerte. Si aún no lo han hecho, ese momento llegará, y el libro nos ayuda a hablarles de ello de una forma muy natural, o incluso nos servirá para que comprendan si ha fallecido alguien próximo, que esa persona siempre estará en su corazón y cuando cure la herida de no tenerle al lado, la recordaremos con mucho amor y siempre prevalecerán los buenos momentos que hemos pasado juntos.


Un precioso libro que os recomiendo y que estoy segura de que disfrutaréis mucho leyendo con vuestros niños como lo hemos hecho nosotros, una verdadera delicia.

miércoles, 2 de marzo de 2016

CHARLA DE LAURA PERALES

Laura Perales. Foto de www.crianzaautorregulada.com
Desde que en el mes de julio de 2007 me convertí en madre, tengo la corresponsabilidad de velar por el bienestar físico y psicológico de mi hijo, algo que me ocupa y preocupa, sobre lo que trato de aprender no sólo con la experiencia del día a día, sino también leyendo sobre crianza y asistiendo a charlas como la de Laura Perales en Compostela hace pocos días.
Los niños no vienen con libro de instrucciones, los libros que hablan sobre crianza o psicología infantil, que ayudan a los progenitores a una mejor relación con ellos, tampoco son la gran panacea o un guión que haya que seguir punto por punto, pero ayudan, y mucho, a los que, como yo, intentamos superar modelos que no nos convencen, nos paramos a escuchar, intentar empatizar y educar desde el respeto, desde la escucha, sin castigos, con amor incondicional y mucha, mucha paciencia.
No es fácil, unos días son mejores que otros y siempre está ahí la duda de estar haciendo o no lo correcto, pero es fundamental estar bien informado sobre un tema para poder decidir, para poder avanzar. Si el ser humano se hubiera instalado en repetir el modelo anterior no habría llegado ni a inventar la rueda, así que ¿por qué instalarse en el modelo aprendido sin cuestionarlo? Es más que sano hacerlo, y personalmente he descubierto que el mundo desde la perspectiva de un adulto es totalmente diferente al que ve un niño, y esto es fundamental para poder comunicarse con ellos y que esta comunicación sea efectiva.

La charla de Laura Perales, a la que no conocía previamente, se centró mucho en la comunicación entre los niños y los padres y en temas que las madres vivimos de una forma más intensa que los padres, como la culpa, la obsesión por la perfección o la aprobación social, temas que nos preocupan, en ocasiones nos frustran y muchas veces cometemos el error de volcar esa frustración en nuestros hijos.
Me pareció fundamental el concepto de "traducir y devolver la pelota", es decir, interpretar lo que el niño intenta decir, que no siempre se corresponde con lo que verbaliza, y actuar en consonancia. Otra de las propuestas de Laura que me gustó mucho es la de crear opinión en los niños, plantear diálogos en los que expresen lo que sienten, lo que le parece esto o lo otro y utilizar los juegos o los libros como vehículos que ayudan a recorrer este camino. 
El lenguaje que utilizamos es importante, porque no caemos en la cuenta muchas veces de que lo que decimos puede no interpretarse como pretendemos. 
Un ejemplo que hace que esta idea se entienda perfectamente es el siguiente: Una niña está jugando en el parque, se cae y se hace una herida en la rodilla. Es muy habitual que el adulto se acerque y le diga "no pasa nada". Con esto intentamos quitar importancia y que el niño se relaje y no haga un mundo de un incidente pequeño, pero ¿qué está entendiendo? La frase literal, nada menos "te has caído, te has hecho daño, pero esto no importa, lo que te pasa no tiene importancia". Esto no es ni de lejos lo que hemos querido transmitir, pero es lo que está recibiendo nuestro hijo, y mucho cuidado con esta idea de que no nos importa lo que le pase, que se haga daño, porque puede ser la semilla de la incomunicación: ¿para qué voy a contarle a mamá esto que me ha pasado si lo que me ocurre no importa? Realmente para pensarlo...

Etiquetas, comparaciones, mentiras, manipulación, intervención en conflictos, no dejar que suelten su tensión... El día a día está plagado de todo esto, aunque muchas veces no seamos conscientes. La charla en ese sentido fue muy reveladora, invitándonos a todos a la reflexión.
En el rango de edad de mi niño, que tiene ocho años, hay cuestiones que van llegando y no siempre sabemos manejar, como las emociones (muchas veces tendemos a transmitir que hay emociones "malas", que hay que contener o esconder), un tema en el que pesa muchísimo la mochila de adulto que llevamos, la natural curiosidad por su cuerpo, por la sexualidad, por la muerte, los miedos, situaciones como el divorcio o momentos que se me antojan complicados, como cuando pregunte si realmente el Ratón Pérez o los Reyes Magos existen o no. Me quedo con una idea fundamental, que es la naturalidad al abordar cualquier cuestión, el respeto al niño, evitar el autoritarismo, la dejadez, la negación o el edulcoramiento, tan dañinos para ellos y para cualquiera, en el fondo a todos nos molestan estas actitudes hacia nosotros por parte de terceras personas.

Me ha parecido muy enriquecedor poder escuchar a alguien que desde la experiencia de madre y el conocimiento como psicóloga, nos explica el punto de vista del niño, no siempre tan evidente, y cómo bajarnos de nuestro escalón de adulto, mirarle frente a frente y lograr que la comunicación sea posible. Si hay algo fundamental es que nuestros niños sientan que estamos ahí, de forma incondicional, que pueden hablarnos de cualquier tema y que les escuchamos y nos preocupan.
No neguemos, si él lo siente, está ahí: "Los monstruos no existen, es absurdo que tengas miedo a la oscuridad". El miedo es irracional, para él sí existe el monstruo y esto no se razona, quizá sea una idea mejor decirle "no te preocupes, me quedo un rato contigo y los monstruos conmigo no se atreverán".
No tratemos de ocupar su tiempo con actividades dirigidas, conviene recordar que "el aburrimiento es la base de la creatividad", que se aburran tiene que ocurrir y es bueno, acaban encontrando algo que les entretiene, casi siempre inventando algo nuevo o utilizando cualquier cosa a su alcance para inventarse una historia.
No hay emociones malas, no nos escondamos, no hay nada malo en sentir ira, frustración, querer llorar, patalear... Si no nos hubiesen reprimido quizá hoy sabríamos convivir mejor con el estrés de nuestra vida cotidiana.
Las chuches no son un premio, de ahí vienen muchos problemas con la comida en la adolescencia o la vida adulta ¿por qué nos sentimos mal y corremos a la nevera a atiborrarnos de dulce? 
Muchas veces hemos sido los raros del cole, los diferentes en el parque, los alternativos en el entorno familiar, pero realmente creo que hemos de cambiar la forma de relacionarnos con nuestros hijos si de verdad queremos que el mundo que ellos habiten sea mejor que el nuestro, fácilmente mejorable, con franqueza.
Laura Perales comenzó su charla con una frase que invita a repensar el entorno que hemos construido: "No es saludable estar adaptado a una sociedad profundamente enferma" Jiddu Krishnamurti.
Una sociedad enferma, no tenemos más que leer un periódico, encender la televisión o sintonizar la radio... Pero en gran medida está en nuestras manos, como mínimo la educación y crianza de nuestros hijos merece nuestro tiempo y requiere que aprendamos a hacerlo lo mejor posible.
En el blog de Laura Perales, Crianza Autorregulada, podéis leer artículos sobre estos temas y otros muchos, además de conocer las charlas y cursos que imparte.