"En una habitación de hospital en pleno centro de Manhattan, delante del iluminado edificio Chrysler, cuyo perfil se recorta al otro lado de la ventana, dos mujeres hablan sin descanso durante cinco días y cinco noches. Hace muchos años que no se ven, pero el flujo de su conversación parece capaz de detener el tiempo y silenciar el ruido ensordecedor de todo lo que no se dice.
En esa habitación de hospital, durante cinco días y cinco noches, las dos mujeres son en realidad algo muy antiguo, peligroso e intenso: una madre y una hija que recuerdan lo mucho que se aman".
Este es el texto que nos resume en la contraportada la historia de Me llamo Lucy Barton, una novela corta, de 200 páginas, que está siendo un enorme éxito en los últimos meses.
Lucy, en un relato narrado en primera persona y siempre desde su punto de vista, recuerda su estancia en un hospital de Nueva York, la recuperada relación con su madre, a la que ve tras más de una década sin contacto, lo que echa en falta a sus hijas, que no pueden ir a verla al hospital y sus recuerdos de niñez, evocados a través de las conversaciones con su madre. Su infancia está muy presente y recuerda contados episodios de su relación con sus padres, su vida en el colegio o sus contadas amigas.
Una narración pausada, tranquila, sencilla y directa, una historia personal y sobre todo unos pensamientos y sentimientos familiares, esto es lo que encontramos entre las páginas de la novela, con una protagonista única que se nos revela insegura, muy sensible, melancólica y llena de soledad y que habla al lector desde la emoción.
Hay momentos reflexivos, momentos algo tristes, y algunas frases que me han gustado mucho, aunque he de reconocer que no me ha parecido esa pequeña joya que algunos ven en ella, ha resultado una lectura agradable y que recomendaría.
Elizabeth Strout. Fotografía de la página de la escritora |
"Jeremy me miró, con una expresión de verdadera bondad, y ahora comprendo que él reconocía algo de lo que yo no era capaz: que a pesar de estar en la plenitud de la vida, me sentía sola. La soledad fue el primer sabor que había probado en mi vida, y seguía allí, oculto dentro de la cavidad de mi boca, recordándomelo. Creo que él lo vio todo aquel día. Y fue amable. Lo único que dijo fue "sí". Podría haber dicho: "Pero ¿estás loca? ¡Si se están muriendo!". Pero no lo dijo, porque comprendió mi soledad. Eso es lo que quiero pensar. Eso es lo que pienso". (pág. 52)
"¡Qué furia la de mis hijas en aquellos años! Hay momentos que intento olvidar, pero que no olvidaré nunca. Me preocupa qué será lo que ellas no olviden nunca". (pág. 202)